martes, 25 de septiembre de 2012

Becquer, como en un libro abierto



Como en un libro abierto
leo de tus pupilas en el fondo.
¿A qué fingir el labio
risas que se desmienten con los ojos?
¡Llora! No te avergüences
de confesar que me quisiste un poco.
¡Llora! Nadie nos mira.
Ya ves; yo soy un hombre... y también lloro.

                                                                                     Gustavo Adolfo Becquer

lunes, 17 de septiembre de 2012

jueves, 13 de septiembre de 2012

Dar de lo que cuesta

 
 
 
Dragón de Parque Gúell
 
Dar de lo que cuesta

Poca gente sabe que Gaudí tuvo que salir a la calle a pedir dinero para poder proseguir las obras del templo de la Sagrada Familia. En una de esas visitas, en busca de financiación, ocurrió lo siguiente:
—Muchas gracias, dijo Gaudí.
—No, no me de las gracias. En realidad no me supone sacrificio.
—Entonces, añadió el arquitecto con gracia, no sirve. Mejor dicho, no le sirve a usted. Vea de aumentarlo hasta sacrificarse... ¡Le será más agradable a Dios! Porque la caridad que no tiene el sacrificio como base no es verdadera y tal vez no sea más que vanidad.
El caballero se quedó boquiabierto. Reflexionó. Buen cristiano, comprendió y entregó un donativo mucho mayor.
—Ahora soy yo quien le da a usted las gracias, señor Gaudí.


Tomado de Álvarez Izquierdo, “Gaudí”, p. 181.

martes, 4 de septiembre de 2012

Camino Jorge Bucay




vereda
Vereda Manuel M. Almeida
Camino por mi .
Mi camino es una ruta con un solo carril, el mío.
A mi izquierda un muro eterno, separa mi camino del camino de alguien que transita a mi lado,
del otro lado del muro.
De vez en cuando en este muro hay un agujero, una ventana, una hendidura... y puedo mirar
hacia el camino de mi vecino o vecina.
Un día mientras camino, creo ver, del otro lado del muro, una figura que pasa a mi ritmo, en mi
misma dirección. Miro esa figura: es una mujer, es hermosa.
Ella también me ve.
Me mira.
La vuelvo a mirar.
Le sonrío... y me sonríe.
Un momento después ella sigue andando su camino y yo apuro la marcha porque espero
ansiosamente la próxima oportunidad de cruzarme con esa mujer.
En la próxima ventana me detengo un minuto.
Cuando ella llega, nos miramos a través de la ventana.
Parece tan encantada conmigo como yo con ella.
Le digo por señas lo mucho que ella me agrada.
Me contesta por señas. No sé si significan lo mismo que las mías, pero intuyo que ella entiendelo que quiero decirle.
Siento que me quedaría un largo rato mirándola y dejándome mirar, pero sé que mi camino
continúa...
Me digo que más adelante en el camino, habrá seguramente una puerta y quizás pueda yo
cruzar a encontrarme con ella.
Nada da más certeza que el deseo, así que me apuro por encontrar la puerta que imagino.
Empiezo a correr con la vista clavada en el muro.
Un poco más adelante la puerta aparece.
Allí está del otro lado, mi ahora deseada y amada compañera, esperando, esperándome.
Le hago un gesto, ella me devuelve un beso en el aire.
Me hace una seña como llamándome. Es todo lo que necesito. Emprendo contra la puerta para reunirme con ella, de su lado del muro.
La puerta es muy estrecha, paso una mano, paso el hombro, hundo un poco la panza, me
retuerzo un poquito sobre mí mismo, casi consigo pasar mi cabeza pero mi oreja derecha se
queda trabada.
Empujo.
No hay caso, no pasa.
Y no puedo usar mi mano para torcerla, porque no podría poner ni un dedo allí...
No hay espacio para pasar con mi oreja, así que, tomo una decisión...
(Porque mi amada está allí, y me espera...).
(Porque es la mujer que siempre soñé y me llama...)
... Saco una navaja de mi bolsillo y de un sólo tajo rápido, me animo a darme un corte en la
oreja para que mi cabeza pase por la puerta.
Y tengo éxito, mi cabeza consigue pasar...
Pero después de mi cabeza, veo que es mi hombro el que queda trabado.
La puerta, no tiene la forma de mi cuerpo.
Hago fuerza, pero no hay remedio, mi mano y mi cuerpo han pasado, pero mi otro hombro y mi
otro brazo no pasan...
Ya nada me importa, así que...
Retrocedo, y sin pensar en las consecuencias, tomo envión y fuerzo mi paso por la puerta.
Al hacerlo, el golpe desarticula mi hombro y el brazo queda colgando como sin vida, pero ahora,
afortunadamente, en una posición tal que no puedo atravesar la puerta...
Ya casi... casi, estoy del otro lado.
Justo cuando estoy a punto de terminar de pasar por la hendidura, me doy cuenta de que mi pie
derecho se ha quedado enganchado del otro lado.
Por mucho que fuerzo y me esfuerzo, no puedo pasarlo.
No hay caso, la puerta es demasiado angosta para que mi cuerpo entero pase por ella.
Demasiado angosta, no pasan mis dos pies...
No lo dudo. Estoy ya casi al alcance de mi amada.
No puedo echarme atrás... Así que, agarro el hacha, y apretando los dientes, doy el golpe y
desprendo la pierna.

Ensangrentado, a los saltos, apoyado en el hacha y con el brazo desarticulado, con una oreja y
una pierna menos, me encuentro con mi amada.

Le digo:
- Aquí estoy. Por fin he pasado. Me miraste, te miré, me enamoré. He pagado todos los costos  por ti... Todo vale en la guerra y el amor. No importan los sacrificios... valían la pena si eran para encontrarse contigo... para poder seguir juntos... juntos para siempre...

Ella me mira, se le escapa una mueca y me dice:
- Así no, así no quiero... A mí me gustabas cuando estabas entero.


Jorge Bucay